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Me escribía desde París y yo tenía un día raro

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Le estaba poniendo colores a la ciudad porque se había quedado muy gris en su mente. «Volver a tu ciudad después de dieciséis años fuera tiene sus retos»- contaba. Y digo contaba porque en realidad no sé si me lo decía a mí, era un apunte para sí misma o simplemente sabía que yo podía comprender exactamente cómo se sentía. «La vuelta fue complicada- seguía el mail- caótica a pesar de haberme preparado previamente para el cambio». Un año y medio muy intenso en el que había habido cambios internos y externos, dolor y alegría, encuentros y despedidas. Un mail bellísimo cargado de verdad y corazón. De momento, embriagada de tanta esperanza, me pareció que la intensidad de la luz que entraba por la ventana bajaba. Tuve que acercarme más a la pantalla. Tenía ganas de contestarle ya, bueno, en realidad tenía ganas de abrazarla pero todavía quedaba mucho más por leer, nos separaba la distancia y la luz seguía sin volver. La vida es una máquina para explorar nuestra conciencia, estaba claro. Sentirse extranjero en tu propia ciudad era una sensación, como poco, interesante. Sabía de lo que me hablaba mi «mademoiselle» (así  nos llamamos la una a la otra) pero…¿cómo es cuando te sientes un extranjero en tu propia vida? Nadie habla sobre eso. Ok. Vuelvo al detalle.

Le contesté enseguida. Ella me hablaba del tiempo, de ir más despacio. Estaba aprendiendo a seguir su propio ritmo- decía. ¿Se puede estar sintiendo mucha ternura y querer contestar rápido? Porque… ¿qué significa en realidad ir más despacio? Siento ternura y quiero contestar rápido. Vale. Quiero contestar rápido pero mi escritura puede ser lenta. También los pensamientos que inician mi teclear. Mis pulsaciones por minuto pueden ser armoniosas, ni lentas ni rápidas. Las justas. Espera, y las emociones, ¿cómo son? ¿qué velocidad tienen?. Últimamente todo el mundo me hablaba sobre «bajar el ritmo» y me hacía gracia, porque todos se ponían muy serios. Como rodeándose de un misticismo que a mi juicio no resultaba ni creíble ni interesante. Sonaban como si ir lento por la vida fuera más estresante que ir a mil por hora. Menuda paradoja.

Parece que la luz volvía, y yo escribía. También sentía y se lo dije. Quizás con cierta torpeza pero de manera muy directa. Cada uno expresa sus sentimientos como puede. Cada uno va tan pausado como puede. El intento nunca puede quedar truncado porque para vivir lentamente sólo hace falta una cosa: pensar más despacio.

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