Me gustan los veranos. Todos los veranos. Incluso los que todavía no llegaron. También me gustan las primaveras, los inviernos y los otoños con sus colores verdes, ocres y blancos.
Si pudiera, tendría una biblioteca de estaciones del año. Una de esas gigantes al estilo Harry Potter, poderosa, con olor a madera celestial. Allí tendría bien colocados y clasificados todos mis veranos. Veranos de tapa blanda, de edición limitada, incunables, de bolsillo…
El verano de este año es un manual: «El verano maestro», y aunque todos mis veranos siempre me enseñen algo, éste ha sido el más elevado. Quizás sea porque me hago mayor o porque he podido sentir bien adentro el subir y el bajar del mar. La marea y su significado. Quizás sea porque me he dado cuenta de que me fascina su inmensidad pero mucho más su movimiento. Su viajar. Quizás sea porque el bonito olor a vida me ha impregnado día y noche. Noche y día sin descansar. Quizás, porque recoger conchas y sentir mis pies helados sólo tenía un significado: calentar mi alma y abrirla de par en par. O quizás porque hallar a Sebastiao y abrazar tan fuerte a Ana era parte de un plan invisible para llenarme de paz.
Ha sido un gran verano que me espera para ser encuadernado y ocupar su lugar. Un lugar muy especial en mi biblioteca particular. Concretamente en la sección «Magia».
En cuanto lo haga, apoyaré mi cabeza en tu hombro y rodearé con mis manos tu cuello. «Ya estoy lista»- te diré. Estoy lista para partir a un nuevo verano en otoño. Estoy lista para un otoño sin verano. No importa. Lo que importa es que ya no busco y al dejar de buscar, comienzo a hallar. Porque en el presente la búsqueda se desvanece y lo único que queda es experimentar lo que llega sin juzgar.
Vivir es saber recibir.
Adiós verano, gracias por haberme darme tanto sin buscar.
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#togetherontheroad documento fotográfico de lo que ha sido mi verano en Instagram