
Kyoto-Japón
La
paciencia
no
e-x-i-s-t-e.
La paciencia no e-x-i-s-t-e vuelvo a escribir en el cuaderno de tapas duras mientras el boli repasa hacia adelante y hacia detrás cada letra. Como si estuviera vivo y no necesitara más de mí.
Ahora mismo estoy sentada en un lugar muy molón. Rodeada de ciervos y muchos árboles al que vengo los días de verano como hoy. Me gusta pasar tiempo sentada en esta rama bajita, con la libreta apoyada en mi regazo y con toda la atención puesta en cómo los ciervos se pasean arriba y abajo. De izquierda a derecha. A su ritmo. Me relaja. He leído en alguna parte que es bueno para la salud.
Estoy tomando algo. Acabo de comprarme un refresco de la máquina expendedora que hay por aquí. Una lata de café latte bien frio. No sé si es una bebida propia de una adolescente pero era lo que me apetecía tomar hoy con tanto calor.
Me he quitado los auriculares. Esa canción de Radiohead «No surprises» empezaba a ponerme triste. Mi padre me la recomendó y me llega tan hondo que me cuesta escucharla.
Me he bajado un poco el top y he vuelto a meter el dedo en las chanclas.
Me he recogido lentamente el pelo, es largo y muy liso, me llega a los codos. Ahora lo he vuelto a dejar caer porque parece que hay alguien que me está mirando y aunque lo encuentro divertido, prefiero que no me vea el perfil. No me gusta.
Vuelvo a releer lo que escribí en mi libreta. Eso sobre la paciencia. Eso de que no existe. Quizás es una afirmación demasiado profunda para una chica de quince años pero es lo que me vino a la cabeza al pensar en mamá. Ella siempre me sermonea sobre mi impaciencia. Pero claro, ¿quién no es impaciente a los quince años? Conozco a gente adulta que es más que yo. Y eso que son adultos. No sé entonces por qué a mamá le importa tanto que yo lo sea. No lo sé, la verdad.
Yo también creo que en la vida es importante vivir en el presente, como dice ella. En especial si sabes que es el único tiempo que tenemos. En especial si sabes que el tiempo en el que tardas a decir «ahora» ya es «entonces». Pero a veces no puedo evitarlo. Hay días como hoy que me gustaría que fuera Septiembre y que mi amigos estuvieran de vuelta o en su defecto, que mis padres ya estuvieran de vacaciones y fuéramos a algún lugar bonito.
Así que ahora mismo no me siento muy a gusto como podrás ver , aunque al mismo tiempo estar aquí sentada con mi música y mi libreta tiene su qué, pero la realidad es que me gustaría que todo fuera distinto. ¿Eso significa que no me gusta mi presente? Quiero decir, si hoy es julio y yo espero que sea septiembre es porque no me gusta mi situación. La situación de julio, digo. Igual lo que me pasa es que tengo miedo a estar sola. Que mis amigos no vuelvan jamás de sus vacaciones o que mis padres no quieran compartir su tiempo libre conmigo.
Si, puede que sea eso, quizás quiero que sea «luego» porque tengo miedo. La impaciencia no es más que mi respuesta al miedo. Miedo a no ser capaz de estar sola por ejemplo, entonces necesito que llegue «luego» cuanto más rápido mejor, para comprobar si soy capaz. Aunque para cuando llegue «luego» ya será «ahora» otra vez…
¿Si supiera que todo está en mi cabeza o en algún lugar más profundo entonces no sería impaciente? ¡Qué complicado parece todo a los quince años!
Este tipo de cosas son las que pueden volverte loca si las piensas mucho. Por eso creo que ese algo que me ha hecho escribir en mi libreta que la paciencia no existe puede tener parte de razón. Lo que existe es la impaciencia y también la paciencia. Pero sólo existe para los que no viven en el presente porque las personas que viven en el «ahora» no necesitan ser pacientes. No es ninguna virtud cuando se vive en el momento. ¿Para qué? Si ya están donde hay que estar. Saben cual es su tiempo y lo aceptan. No saben esperar, no les hace falta. ¿Esperar a qué? Si es «ahora» todo el rato.
Mamá siempre me recuerda que cuando dices «ahora» ya estás diciendo lo que no es. «Ahora» pasa muy rápido pero los impacientes no nos damos cuenta de eso, claro.
¿Sabes? quiero mucho a mi madre. En cuanto me acabe el café latte regresaré a casa y la esperaré bien contenta a que llegue del trabajo. Sin impaciencia pero tampoco con paciencia porque llegará cuando tenga que llegar.
¡Ah! Y ahora que lo pienso, a partir de este momento los 60 segundos de calentar la leche en el microondas no serán ninguna espera. Será lo que es y no querré apagarlo antes de tiempo o me desesperaré pensando que 60 segundos parecen toda una vida. Seguro que eso, también es bueno para la salud.
**Este post se lo dedico de manera muy especial a mis alumnos de Foto Lov y Haz lo que ames de Junio. Ellos saben por qué 😉