Una sensación conocida me invade.
Me detengo y lo detengo todo.
Estoy allí junto a esas aguas. Rodeada de árboles. Bañándome en una luz exquisita que me anuncia que el día se marcha.
De repente: click. Me doy cuenta de que conecto. Estoy ahí. Envuelta por el todo. En un estado sublime y me pregunto cómo puede ser que haya días en las que esté tan separada de esta sensación. Me pregunto cómo puede ser que me atrape la desmotivación. La falta de ilusión.
Nada más hacer la pregunta surge la respuesta. Ella sola. Una voz cálida y atrayente sale de algún lugar de mí. Una voz que me habla para cuidarme. Para indicarme. «Vero, perder la motivación es muy humano. Sufrimos o gozamos de subidas y bajadas. No pueden existir las unas sin las otras, ¿lo entiendes?»
Muevo la cabeza de un lado a otro para comprobar si hay alguien más que escuche la voz. Pero no, nadie lo hace. Estoy sola. Completamente sola. Justo en el momento más bonito del día parece que todo el mundo ha desaparecido. Sólo ella sigue ahí. Como siempre.
Entonces le digo «Si, creo que lo entiendo, pero…¿por qué?»- le replico y suplico.
«Vero, el paso del pico al valle es perfecto. Permite evaluar el sentido de las cosas desde otra perspectiva. Esos picos son realmente los que permiten que vuelvas a la realidad. Que te hagas preguntas».
«¿Sabes?»-me sigue diciendo.
«Aunque hagas lo que ames, no siempre estás conectada por una razón muy sencilla: pierdes el amor. Lo abandonas. Te desenamoras. Te juzgas, compites, quieres resultados rápidos. Es esa combinación de cansancio, querer resultados y no aceptar que a veces existen obstáculos en el camino la que provoca que todo se apague. Hasta el punto de rozar la tristeza. Hasta el punto de pensar que nada tiene sentido. Hasta el punto de querer tirar la toalla.
Mira donde estás. Tu día a día. Tu presente. No te apartes de ahí ni un instante. No vayas ni por detrás ni por delante. Sólo permanece ahí. Ése es el sitio. Ésa es la solución.
Las emociones, por naturaleza, pierden su poder cuando las escuchas. No te presiones. No te desanimes, sólo escucha…»
De repente, otra voz. Esta suena lejos y grita: «Vero, es hora de volver a casa».
Él me llama desde el otro lado.
«Pero…si ya estoy en casa»-me digo bien bajito mientras corro feliz a su encuentro.