Sólo tiene seis años y se llama Jorge.
Es sobrino único y no porque sea una persona muy especial, que lo es, sino porque es el único sobrino que tengo.
En casa todos tenemos una especialidad o un nombre por el que ser recordados. Mi padre es el inventor porque de un trozo de madera saca un robot. Mi madre es la ingeniera, porque de dos piezas de ropa de los 80 te diseña y te cose un vestido de alta costura en menos que canta un gallo.
El filósofo de la casa es Jorge. Eso y muchas cosas más pero sobre todo, es la persona con más poder de reflexión que he conocido últimamente.
El fin de semana el pequeño filósofo estaba en casa de la ingeniera y el inventor. Sus padres le habían dejado unos días con los super abuelos. Así que el domingo con mucha emoción en el corazón y un atlas debajo del brazo junto con algunos dinosaurios en forma de tampón me fui a disfrutar del día con ellos.
Paseamos debajo de la lluvia. Buscamos setas, incluso cogimos algunas de dudosa calidad. Pisamos los charcos. Hablamos, jugamos, hablamos y volvimos a jugar.
Creía que no cabía tanta felicidad en la vida. Así que cuando nos sentamos al lado de la chimenea antes de comer y mientras él miraba cómo se encendía el fuego le pregunté:
Jorge, ¿qué pasa cuando algo deja de ser «guay»? ¿qué haces?
Se volvió hacía mí con cara incrédula, tocándose la cabeza como el que duda sin dudar y en menos de un nanosegundo me dijo: «Intento que me divierta de nuevo y si no funciona pues…¡hago otra cosa! ¿Por qué me preguntas algo tan raro tía?»
«Por nada, porque a veces me hago preguntas y no sé muy bien si tengo la respuesta entonces es cuando me gusta preguntarte a tí porque contigo aprendo mucho».
Se quedó como convencido con mi respuesta. Aunque no del todo. A mí sin embargo me encantó la suya porque contestó algo que yo siempre he pensado y que igual no es tan descabellado: las cosas que hagas siempre han de divertirte de alguna manera. No todo tiene que ser hecho con una finalidad. Con un objetivo. Se puede jugar. Se debe jugar.
Si algo deja de ser «guay» mejor no empeñarse y dejarlo ir. Experimentar hace que cambie la perspectiva y también la vida.