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24 de junio y 30 grados después extendía mi toalla sobre aquellas pequeñas piedras redondas. 


Era nuestra gran aventura del día desde hacía una semana. Cangrejeras a los pies, super gafas buceadoras en nuestra cabeza y una entrada bastante patosa en aquella agua azul turquesa caminando  o lo que se pareciese a eso sobre las rocas. 



Perseguir a los peces, estirar nuestros brazos para intentar tocarlos y ver como el sol introducía sutilmente sus rayos en el agua nos hacía sentir vivos. Nos fascinaba saber que estabamos allá abajo formando parte de algo tan grande y complejo. 


El tiempo pasa rápido debajo del agua. Observar el movimiento de los peces, sus colores, el cómo se dejaban llevar por la corriente. Perseguirles. Intentar descifrar donde irían después consumía un tiempo del cual no era consciente hasta que de pronto me sentí algo cansada. Era momento de volver a la orilla. Los peces tenían un ritmo muy superior al mío. Tenía que admitirlo.


Al volver de nuevo a mi toalla azul de delfines decidí no tumbarme y quedarme de pie buscando algunas conchas para llevarlas conmigo a casa. Fue ahí cuando lo encontré. Ahí tirado. Tendido. Aquel papel blanco perfectamente enrollado y atado con un lazo rojo. 


De repente sonó en mi cabeza una música. Sonó aquello de «Sending out an S.O.S» que solía cantar Sting en «The Police». «Rescue me before I fall into despair»…seguía cantando. 
Recordé que la noche anterior había sido la noche mágica de San Juan. ¿Serían aquellos los deseos de verbena esparcidos en la orilla del mar? Era una cala muy poco transitada y no muy conocida. 
¿Los habrían olvidado o los habrían dejado allí con alguna intención? 



Por un momento pensé en no abrir tan pequeño paquetito y dejarlo tal cual lo había encontrado. Allí a su suerte pero de repente quise saber. Quise saber con qué soñamos las personas.


Deshice el envoltorio con mucho cuidado para no romperlo. Se veía tan frágil. Me llevó un rato poder sacar el papel del lazo porque estaba tan apretado como aquel que aprieta algo para que nunca sea liberado. 


Al final lo conseguí. Pude abrirlo. Sí, no me había equivocado. Era una lista. Una lista de deseos que decía así:


– Amor incondicional
-Vender la casa
-Tener una casa feliz
-Tranquilidad
-Paz


Fue en ese momento cuando me dí cuenta que todos soñamos las mismas cosas. Que hay deseos que son universales. Que al final el amor lo es todo. Es lo que hace que el mundo se mueva no sólo aquí arriba sino también allá abajo en ese lugar del mar que pocas veces miramos. Que puedes quedarte en la orilla o bajar a la profundidades y nadar para conseguirlo. Que encontré los sueños de alguien o sus sueños me encontraron a mí.  Que para salvarte de cualquier naufragio es mejor quedarse en la orilla, pero nunca sabrás lo que pasaría si nadas un poco. 




¡Felices sueños! ¡Feliz verano!

***



El próximo jueves 28 de junio comienza una nueva edición del curso online «Cómo hacer lo que ames» 

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