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Llegué a ese quiosco por «casualidad».
Venía de mi largo paseo diario. 
Y lo recordé: «Es Septiembre.  El nuevo número de Descubrir el Arte ya estará. ¡Bien!«

Cuando llegué a la ventanilla sólo pude ver sus piernas. 
Piernas de mujer con sus pies apoyados en un taburete. El resto del cuerpo suspendido en el aire. Inclinado hacia un lado. 
No podía ver su cara.




Sin mirar donde ella se encontraba e indagando entre todo el papel escrito que allí se exhibía le pregunté: ¿Tiene usted el número de Septiembre de «Descubrir el Arte»
Y una voz lejana con el acento de una tierra más lejana aún me dijo: «Claro que si. ¿La quiere con DVD o sin DVD? 
-Sin DVD- respondí.
-Deme un minuto, que ya salgo yo y se la entrego- se ofreció.
-No, no hace falta-dije. Dígame usted donde se encuentra y ya me apaño. De verdad.


La voz desde los altos me indicó: «Agachese usted. La tercera estantería a la altura de sus ojos»
-¡Aquí está! ¿Ve?, mejor así porque usted no ha tenido que salir.
Había dado con ella. No hubiera sido fácil sin sus indicaciones. 


Para cuando me incorporé su rostro ya estaba allí. Pelo blanco. Gris-blanco. De ese color que no sabría encontrar en una tabla Pantone.
Ojos…no recuerdo el color de sus ojos porque los cubrían unas bonitas gafas color coral. Gafas de pasta. Grandes y redondas. Bien grandes.
Y era menuda.  Una quiosquera muy elegante- pensé.


Cuando iba a pagarle llegó una mujer. Alta, morena, grande. Muy elegante también.
Pensé: «Vaya, éste es el día de las mujeres elegantes y con carisma». 
Tenía unos ojos azules muy muy grandes. Y su vestido blanco con topos negros hacían resaltar el color dorado de su piel.


En inglés le preguntó a la quiosquera dónde podía comprar tickets para el «bus turístico». 
Hubo un silencio. Ella, la extranjera y yo. En un momento se había compuesto un triángulo de la comunicación. Entonces decidí intervenir y le dije: «I think I can help you» (creo que puedo ayudarla) y le indiqué la dirección.
No sé muy bien si la mujer elegante que venía de un país del Norte supo muy bien dónde la mandaba.
«Near to the beach». 
Esperaba que recordara lo de «near to the beach».


Todavía no había pagado mi revista. Bellezas Efímeras decía la portada azul.
Me acerqué de nuevo al quiosco. Me había separado un poco de él para indicar mejor a la turista elegante de ojos grandes que visitaba nuestra ciudad.


-Gracias hija- comentó. Parecía aliviada.
-De nada, un placer.
– La verdad es que hablar un idioma es algo muy importante- aseguró.
-Si, lo es. Al menos para mi lo es- le dije haciéndole ver que coincidíamos en algo. 
– Si, si.


– ¿Y yo que tengo dos hijos y ninguno de ellos habla inglés? ¡Y son jóvenes!- me explicó dejando de lado su dulce acento argentino para mostrarse un poco enfadada.
– Pues mire, la verdad es que yo estudié una carrera y dos másters. Sin embargo, lo que de verdad me ha servido en esta vida profesionalmente y personalmente para explorar y ser la persona que soy ha sido poder expresarme en inglés.
– ¿Estuviste fuera del país?- me preguntó ella interesada
– Si, la primera vez que salí de España tenía veintiún años. Me fuí a vivir a Inglaterra. 
– ¿Solita?- Parecía preocupada al hacerme la pregunta.
– Sí, solita. Acabé la carrera y un día me presenté delante de mis padres y les dije: «Me voy a vivir a Inglaterra. Necesito saber inglés para cumplir mis sueños».
 La verdad es que no lo sabía. Más bien lo intuía. Pero es esa la forma de hablar que tiene una cuando es más joven. 


Y su respuesta fue: «Adelante. Te apoyamos. Vuela donde necesites».


A la mujer elegante quiosquera de gafas grandes se le empezaron a empañar los ojos. Podía verlo detrás de los cristales que sujetaban la armadura de pasta color coral.


– El primer mes lo pasé llorando- seguí contándole.
 Me resultó muy duro. Se lo contaba a mi madre en nuestras conversaciones telefónicas y ella sólo me repetía: «Verónica, recuerda tu sueño. Estás ahí por que tienes un sueño». «Si quieres volver hazlo. Sabes que siempre te apoyamos. Pero por favor, no olvides que estás ahí por un sueño».


Me miraba fijamente y lloraba. Había relajado su postura. Ahora estaba apoyada en una caja de cartón de «Font Vella». Doce unidades.


-¿Vives por aquí?- me preguntó. Su voz dulce había vuelto y mientras se recomponía le dije: 
-Si, claro. Justo aquí detrás.
– Ojalá te vuelva a ver.
– Claro que si. Pasaré a saludarla.


De hecho tengo que hacerlo. No recuerdo el color de sus ojos.


¡Gràcies mama!

Recuerda tu sueño. 

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