Te pongo en una situación que seguro que ya conoces.
Tu día a día está lleno de actividades. Todas «necesarias» según tú.
De repente, sientes que no puedes más. Es difícil ser constante llevando cien cosas al mismo tiempo. Entonces decides parar porque esa situación no te beneficia.
Empiezas a seleccionar.
Decides con qué quedarte, qué eliminar o abandonar. Incluso, qué delegar.
Una vez elegimos empezamos a sentirnos culpables. Y nos contamos a nosotr@s mism@s cosas como: «Soy un desastre. Soy tan poco constante». «Nunca acabo lo que empiezo».
Visto así, ¿no suena un poco paranoico?
Pienso que es difícil ser constante en algo si no te apasiona realmente. Y ahora pensarás, ¡qué pesada esta chica siempre con lo mismo!
Pero es cierto, hazte esta pregunta ¿con qué cosas no pierdes nunca el interés?
¿Cuales son las cosas que puedes tenerte concentrad@ horas y horas que incluso puedes olvidar comer?
Eso es ser constante también.
No ser constante no significa «fracasar». No ser constante significa que lo que haces no te llena, no te apasiona. ¿Entonces, para qué ser constante?
En realidad, creo que es una buena noticia no ser constante si algo no te gusta.
¿No piensas tú lo mismo?