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Antes Diciembre era como el verano.

Eran días de alegría en el colegio. Una alegría muy especial. Quedaba muy poco para marchar de vacaciones. 
Pero no sólo eso. Quedaban muy pocos días para mi cumpleaños.

Me entusiasmaba participar en la decoración del aula  pensando que el motivo por el que lo hacíamos no era sólo porque llegaba la Navidad, sino porque cumplía años. 
Quería ser mayor. Porque la gente mayor era libre.

La naturaleza estaba diferente durante esos días. Como en verano. 

Mi pupitre quedaba al lado de unos grandes ventanales. A través de estrellas pintadas con spray blanco podía ver como el patio cambiaba poco a poco. Desde allí respiraba el olor a chimenea que impregnaba las calles del pueblo. Me llevaba a alguna parte de mis sueños que no conocía todavía pero que disfrutaba.

En verano las paredes del colegio se quedaban repletas de nuestros trabajos. Allí todos juntos. Solos. Hasta septiembre.

Llegaba diciembre. Las paredes del aula se llenaban de ángeles y campanas a tamaño real que nos acompañaban durante las lecciones. Tan quietos.  Tan mágicos.

Lo que más me molestaba de diciembre era vestir de pana. Prefería las faldas del verano. Excepto por eso, diciembre era también verano.

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